Este domingo, cuando seguía el cambio de la dirigencia panista, supe que no tendríamos un periodo de sensatez alguna.
Hace tiempo, durante el priato, en las cámaras legislativas se ubicaban a los llamados Bronx, los más rudos y vulgares, en las partes traseras para utilizarlos contra los opositores con gritos e invectivas soeces. Cosas de nuestra vida política, ahora están en primerísimas líneas y deciden todo. No hay orador que se salve de sus injurias. Y hoy, desde su poder aplanador.
El panismo y los demás de los de las alternancias no quisieron ni pudieron forjar nuevos relevos políticos, personas firmes y duchas en la política mexicana. Por eso les han ido como les han ido. Pierden posiciones y pierden credibilidad. Ya cualquier chairo les endilga insultos gratuitos. Y se los tragan.
¿Cómo se enfrenta a la vulgaridad política? Quizá con algo de inteligencia y templanza. Pero esas prendas no se ven por ningún lado. Los discursos opositores no son siquiera escuchados. Sus dirigentes son ninguneados. Y sus electores quedan decepcionados y disminuidos.
Hace treinta años, cuando menos, los panistas dejaron la mística por el goce del poder; con el transcurso de las burocracias, se aferraron a las nóminas y se creyeron chicos bien, por eso sus alardes de estanduperos e influencers dedicados a las selfis y a las sonrisas fingidas.
Pero la horrible realidad les envuelve. La violencia criminal y la violencia de la barbarie política no los va a dejar reponerse. No tienen con qué.
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