Arturo Miranda Montero.
El sainete que se traen el presidente y el gobernador, nomás sirve para revelarnos cómo es que el patriarcado está más arraigado de lo que muchos quisiéramos.
Esos dos no saben gobernar (a las pruebas hay que remitirse), su pleito es por quién es el mandamás en Guanajuato.
Para los mandones, el que manda no se equivoca, y si se equivoca, vuelve a mandar. Así se asumen las cosas de la política. Los leales deben obedecer al superior so pena de que los manden a su casa, si bien les va, o al carajo, despedirle o mandarlo a la porra de mala manera y ya no otorgarle el beneficio que solo del mandatario proviene. Y vivir fuera del presupuesto…
Porque bien que se sabe: si quieres ser algo en la burocracia o en la política, debes someterte al ánimo del señor. Ay de ti si le contradices o le cuestionas algo. Esos señores no aceptan contras, aunque tengas la razón.
La clave del modo de llevar las cosas públicas es esa. Obedecer al que manda sin chistar. De ahí surgen las amarras del clientelismo que tiene al panismo treintón en Guanajuato; y así también el morenismo se agarra del poder que otorga el que decide para ser o estar en algo.
Estas actitudes absolutamente patriarcales no se van a eliminar nomás porque se han postulado muchas mujeres a los cargos en juego. No resulta extraño que algunas son intolerantes y mandonas. No veremos en lo inmediato medidas y acciones más allá de tarjetas rosas y clichés harto repetidos.
¿Les daremos el beneficio de la duda enmedio del autoritarismo evidente?
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