Arturo Miranda Montero
Se acusa a quienes tratan de proteger al patrimonio de “no entender” la vocación turística.
La sesera del acusador no da para explicarle la obviedad: Guanajuato no tiene política turística.
Desde que se transformó la minería, se cambió el uso de la ciudad. Se abandonaron las grandes haciendas de beneficio, se disminuyeron las minas, se fueron los mineros, se quedaron las ruinas. ¿Qué hacer? La burocracia no daba para alzar vuelos, la Universidad apenas sí aparecía tímida. Entonces comenzó a pensarse que las visitas interesadas en la historia podrían ayudar.
Las plazas propiciaron la reunión de viandantes y, con el transcurrir del tiempo, los negocios de restauración y de hospedaje fueron creciendo. Pero lo hicieron acicateados por sus esfuerzos. Los gobiernos simplemente administran los recursos obtenidos de las actividades ciudadanas. Acaso regulan el usufructo de espacios y concesiones. Y ya.
El agrandamiento citadino ha sido muy desordenado. La monumentalidad urbana ha resistido múltiples embates, sobre todo los destructivos-constructivos (tirar lo viejo para poner lo nuevo); los cerros, marco natural ancestral, se han visto invadidos de dueños que propician desarrollos inmobiliarios motivados por la especulación. Los habitantes de barrios antiguos han sido desplazados al sur urbano, a otra cosa.
Mientras tanto, ninguna idea para estructurar una política integral del turismo que proteja la joya, que evite el ecocidio, que sustente el agua, que diseñe la movilidad práctica y eficiente. No, pura ocurrencia pachanguera a todo dar.
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