Enrique R. Soriano Valencia
El lenguaje es una de esas habilidades que por ser de lo más común, no se le reconoce lo suficiente. Su papel en el desarrollo del cerebro es fundamental. Con los chimpancés compartimos el 99% del ADN, asegura la ciencia. Aunque porcentualmente mínima, la diferencia hace un mundo de distancia: ese 1% hace que unos sean incapaces de encender fuego y los otros hayan puesto el telescopio Hubble en órbita y exploren el Universo.
Ese imponente contraste empezó con la comunicación; la necesidad de compartir la experiencia propicio la potenciación del cerebro. Sin la experiencia y la necesidad de compartirla, difícilmente podría haberse desarrollado el cerebro (con la memoria y el análisis) y marcado la distancia con nuestros primos más cercanos.
El lenguaje lo tenemos ya registrado en el ADN. El habla surgió como el instrumento fundamental en el desarrollo de las capacidades mentales (curiosamente, tampoco a la risa se le han dado el suficiente crédito). Dominar la herramienta hizo que músculos y brazos tuvieran mayor desempeño. Pero hacer que otros dominaran esa habilidad, transmitir la experiencia (la técnica), compartirla, llevó al ser humano a multiplicar su habilidad grupal. Entonces sus capacidades crecieron exponencialmente.
Las herramientas, como el palo o la piedra, se posicionaron como la extensión de las extremidades (las partes fundamentales del cuerpo para sobrevivir: huir o defenderse de depredadores y conseguir el alimento). Pero el lenguaje se transformó en el recurso para compartir la experiencia, razonar estrategias, prever; la imaginación como derivado de hablar. Cierto es que el pulgar tuvo un papel crucial para el cerebro y dominar la herramienta, pero el lenguaje completó, impulsó y proyectó ese 1% de forma inusitada. El idioma facilitó transmitir ideas y con ello aumentar el número de conexiones neuronales.
El lenguaje es un factor común entre los seres más distantes. Es decir, hay un principio universal de organización cerebral.
Cito textualmente un reporte científico: «No es ningún secreto que idiomas como el inglés, el hebreo, el chino y el castellano se escriben, leen y hablan de formas muy dispares. Sin embargo, un equipo de investigadores internacional del Basque Center on Cognition, Brain and Language (BCBL), la Universidad de Yale (Estados Unidos), la Universidad Hebrea de Jerusalén (Israel) y la Universidad Nacional Yang – Ming de Taipei (Taiwan), han observado que en los cerebros de sus hablantes se activan áreas comunes tanto para descifrar lenguaje escrito como el oral». Es decir, que la comprensión de las lenguas nos viene ya genéticamente.
Las conclusiones de esa investigación demuestran simplemente que los idiomas evolucionaron por el aislamiento entre grupos, no porque el cerebro funcione diferente (aunque sí se conecta distinto). El origen, la necesidad de comunicación, aparece con el ser humano. Es decir, que el primate ya humano empezó a multiplicarse y difundirse ya con el idioma a cuestas.
En este marco, el análisis y reflexión de las ideas propicia el crecimiento de la sociedad. Por ello, en esta época de debates políticos es una pena que pierdan el tiempo denostando, cuando se puede crecer con la reflexión, como demuestra la ciencia.
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