CIUDAD EN ALQUILER

Arturo Miranda Montero

Ya de plano el vendedor más grande, ese que finge ser presidente municipal de la capital del estado, se ha destapado: hay que obligar a que todos los que ocupan la vieja ciudad vendan y se vayan a otro lado.

Así se pueden multiplicar bares, hoteles, comederos, antros y cuanto se quiera que deje dinero. Porque ya se sabe dende enantes: lo que importa es la derrama, ese pretexto para rentarle a cuanto interesado use la ciudad.

Ninguno de los espectáculos que acaparan nuestros espacios son gratis, todos deben mocharse con los permisos, concesiones y derechos que se imponen desde el aparato oficial en donde se arreglan con los patrocinadores. Metro por metro, el dinero debe sonar y pasar ¿a las arcas municipales? Cuanto agente y servidor público hay en la ciudad, todos, absolutamente todos están dedicados al recaudo. Así, la tal derrama se concentra en esas manos. Los dueños de hoteles, bares, restauradores y toda la gama de changarros, también deben reportar sus cuotas. Por eso, uno tras otro los tianguis, los rallies, las carreras de lo que sea, los festivalitos y cuanta ocurrencia les brota en su mentefacturienta cabeza, son motivo de cobros sin parar.

La ciudad lleva en su pecado la penitencia. Cuando se le descubrió escenario de todo, los listillos han visto la suya y nosotros no vemos ya la nuestra. Su misión es enriquecerse usándola (incluidos los “empresarios” de la droga); nuestro destino es, simplemente, sobrevivirlos. Nos han quitado la ciudad para beneficio de sus cuentas bancarias. Aquí no importa gobernar el trabajo precario del turismo, ni su higiene, ni los servicios, ni el agua y sus desechos. Todo eso está abajo, a donde no cae más que migajas de la famosa derrama.


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