Arturo Miranda Montero
Los debates entre candidaturas son para públicos ya definidos. Unos le van a una, otros a otra. Los demás, nomás nos divertimos o nos aburrimos. Así es todo espectáculo.
Pero el poder, la verdadera puja por ese bien escaso, está fuera del show. Es una tarea a pie de calle, en los polvos y calores. Tareas que no hacen las meras meras.
Las doñas que tienen vínculos e influencias en los territorios son contratadas para hacer efectivos sus vínculos. Generalmente son las señoras conocidas en el barrio, la colonia, la demarcación en donde hay que ir de puerta en puerta para organizar las juntas, ofrecer los utilitarios y pedir las copias de todo documento que amarre a la clientela en favor del partido.
A cada una de esas personas se les encarga una determinada cuota de gente. La suma de todo eso significa control y expectativa de triunfo electoral. Cuando la candidatura necesita una manifestación, en ellas descansa la movilización de “su gente”, trasladarla, vestirla con los colores, dotarles de toda la parafernalia y, por supuesto, de lanzar gritos y ánimos para demostrar que se va a ganar.
Todo eso no es gratuito. Cada seño que es encargada de tal o cual lugar, cobra: los tinacos, calentadores, bolsas, camisetas, cachuchas, tarjetas, camiones, lonches, refrescos, sillas, mesas, locales, encargadas de tal o cual cosa, cuestan y cuestan mucho dinero. Toda actuación se paga. Incluidos los costos de los representantes en las casillas, a la hora de la hora
Por eso no hay que dejarse ir con los espectáculos entre candidatas ni en sus encuestas. Lo mero bueno está abajo, con las doñas del territorio.
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