Arturo Miranda Montero
A los mexicanos se nos enseñó que un padre superior todo lo proveería. El mandato fue: respetarás a tu padre y a tu madre. Primero, y sobre todo, a él.
De ahí proviene esa esperanza de que papá gobierno resolvería nuestras necesidades. El rey y sus virreyes en la hispanidad; el padre de la patria en la independencia; el hombre de un solo país en el santannismo, el juarismo y el porfirismo; los señores presidentes posrevolucionarios e institucionales; incluso cuando se desató la democracia para sacudirnos el autoritarismo excesivo, le creímos a los alternantes que ellos tendrían soluciones.
Lo que nos ha pasado es que entendemos mal nuestro porvenir. Parece que no queremos ser adultos y bastarnos a nosotros mismos con libertad.
Se supone que el buen padre vería que la canasta, el vestido y el sustento no faltaran en la casa común; que en la dicha y en la enfermedad, él proveería. Que nuestra seguridad no la allanaría nadie. Que nuestro futuro educativo, cultural y científico estaría en las mejores cabezas.
Pero no, no es ni será así. Hemos quedado abandonados, nos rascamos con las uñas. El padre disfruta palacios y no se acuerda de sus obligaciones. Es un gran deudor alimentario. Tiene desaparecidos a los hijos; las madres se han convertido en buscadoras de fosas. Los criminales hacen lo que quieren por todos lados y el señor simplemente lo ignora y se voltea. De cuando en cuando, lanza un domingo que sirve para eso, para un día, mientras él gasta a manos llenas y contando el dinero delante de los pobres. Ahora nos encargarán con mamás luchonas, esas que andan ya en campaña para ver si así…
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