Ismael Vidales Delgado
Cuando se va concebir un hijo se amalgaman infinidad de sentimientos, pasiones, ilusiones, proyectos, recursos… todo lo mejor. Lo mismo ocurre cuando se escribe un libro. No siempre salen los libros ni los hijos como uno quisiera, siempre hay la posibilidad de errores: la naturaleza se equivoca, la ciencia se equivoca, los autores de libros se equivocan, vaya, dice la endecha que hasta Dios se equivocó: nos puso el chamorro atrás y los golpes nos los damos en la espinilla.
¿Qué los libros de texto gratuitos traen errores? Si.
Pero no se conoce ningún libro que carezca de ellos, a los libros de que editó Calderón también se le fueron a la yugular los “expertos” a causa de 117 presuntos errores que contenían. También se han encontrado errores a Miguel de Cervantes Saavedra, Alfonso Reyes, Carlos Monsiváis, y a un secretario de Educación Pública reciente, que firmó su primer Acuerdo como Sub Secretario de Educación Física. Hay presidentes de la República y no se diga diputados, periodistas a los que se puede señalar infinidad de errores, hay un diario regiomontano que hace varios años anunció una boda en el templo de la Purísima Concepción cambiado la “r” por una “t”.
La errata o gazapo, decían en la Edad Media, la ocasiona un demonio travieso llamado Titivillus que se dedicaba a fastidiar a los monjes amanuenses provocándoles incontables errores en los textos que tan amorosamente estaban copiando.
Don Alfonso Reyes, el regiomontano universal, decía que “la errata es una especie de viciosa flora microbiana siempre tan reacia a todos los tratamientos de la desinfección”.
El Papa Sixto V ordenó imprimir una edición de La Vulgata en el 382 de nuestra era, en la imprenta apostólica vaticana; él mismo revisó las pruebas con suma minuciosidad. Satisfecho de su obra, insertó al final una bula según la cual excomulgaba a quien hiciese la menor alteración en el texto. Sin embargo, el Papa hubo de inutilizar la edición, porque había salido plagada de erratas.
Hay una anécdota ampliamente difundida, referente al orgulloso editor español que después de múltiples procesos de revisión, convencido de que su libro no tenía ninguna errata, imprimió en la primera página la leyenda: “Esta obra no contiene ninguna “erata”.
Lo dicho “No hay tianguis sin rata ni libro sin errata”.
La verdad que las y los “buscadores de errores” en los libros de texto de la NEM, los que miran la paja en el ojo ajeno, deberían disculparse con la vehemencia con la que han lanzado la piedra y arrepentirse por creerse perfectos, excelsos, inmaculados.
Aún y cuando digan que han leído los libros, cosa que pongo en duda, y que están preocupados por los contenidos, la verdad es que jamás les ha interesado la educación pública y como conocedores de las propuestas pedagógicas, francamente están la calle. No entiendo como un juzgado les puede hacer caso a sabiendas de que no representan a los padres de familia del país, sino a un sector ultraconservador sin otro oficio que amenazar con el infierno y la condenación mientras se persignan la bragueta y practican la pederastia a destajo.
Si les interesa, les aporto esta brevísima reseña de lo ocurrido en educación básica en los años recientes: en México, los principios, conceptos y métodos del currículo y la evaluación, tienen su origen en la pedagogía por objetivos de aprendizaje establecidos en los artículos 46 y 47 de la Ley Federal de Educación (LFE) de 1973; esta ley favoreció un enfoque instrumental, conductista y eficientista, conocido como tecnología educativa, inspirado en las ideas del pedagogo estadounidense John Franklin Bobbitt (1876-1956) representante de los pensadores preocupados por la eficiencia empresarial y el currículo escolar.
El sustento metodológico utilizado fue el conductismo y lo central del currículo era que el aprendizaje se expresara a través de las conductas. Este modelo nacido en EU en la década de 1950 llegó a México en 1973 en su Reforma Educativa (Resoluciones de Chetumal) que estableció el modelo dual de asignaturas-áreas y abrió las puertas a la “Enseñanza Programada”. La evaluación medía el producto no el aprendizaje ni lo que sucede en el proceso formativo.
Los principios básicos de esa tendencia educativa, han prevalecido hasta la fecha, refrendados en el Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica ANMEB-1992, aunque en ese año se abandonó el conductismo y se adoptó el constructivismo como modelo de enseñanza, irrumpiendo la “pedagogía empresarial” con fuerte injerencia de múltiples grupos de interés mercenario bajo el esquema de convenios, acuerdos o cruzadas por la educación que permanecen hasta la fecha vendiendo “programas” como en mercado persa, cambiando el enfoque humanista de la pedagogía clásica por sus propios objetivos expresados en términos como: “eficiencia terminal”, “rezago”, “cobertura”, “idoneidad”, “calidad total”, “excelencia”, “competitividad”, entre otros.
La reforma de 1992 permeó las ocurridas en entre el 2004 y 2017. Los campos formativos aparecieron en la reforma del 2004 en la educación preescolar. En el 2006, se realizó la Reforma Integral de la Educación Secundaria (RIES) que no concluyó y quedó en RES (perdió lo de “Integral), y se dio continuidad a los campos formativos introduciendo temas transversales como interculturalidad, formación en valores, educación sexual, equidad de género y el uso de tecnologías de la información.
La Reforma a la Educación Primaria del 2009 también incorporó la estructura de campos formativos con un enfoque por competencias; los campos que se establecieron fueron: Lenguaje y comunicación, Pensamiento matemático, Exploración y comprensión del mundo social y natural, y Desarrollo personal y para la convivencia.
La reforma de 2013 siguió presente en la de 2017 que define perfiles y metas de aprendizaje para cada uno de los diez ámbitos desagregados en “logros esperados” en cada grado y nivel educativo de preescolar hasta secundaria. Esta reforma colocó el aprendizaje al centro del proceso formativo, dando lugar al establecimiento de los “aprendizajes clave” que guían el trabajo de las disciplinas.
Concluyendo, en los años recientes, el modelo educativo de fragmentación se le puede acusar de que: ignoró la diversidad como elemento básico del currículo nacional; privilegió los contenidos de corte empresarial sobre los verdaderamente significativos para el desarrollo de las y los estudiantes; favoreció la fragmentación del conocimiento; dirigió los libros de texto gratuitos más al maestro que a los estudiantes; y privilegió las secuencias didácticas como única metodología sin considerar el contexto educativos de la escuela y la comunidad.
Si bien, a este periplo de la educación básica también hay que reconocerle que tuvo importantes márgenes de autonomía aunque nunca se deshizo de su hilo conductor (la tecnología educativa) y que dio como resultado la fragmentación del conocimiento enseñado y aprendido y la vinculación de los objetivos de aprendizaje, competencias y aprendizajes esperados con estándares curriculares que utilizan como recurso de la evaluación de las y los estudiantes las pruebas estandarizadas.
En la NEM el currículo es un todo integrado con diferentes niveles de concreción y articulación -del plan de estudios, los programas y los libros de texto-, que busca aterrizar las intenciones educativas que propone en las diferentes fases y grados de la educación básica, con el propósito de hacer efectivo el derecho a la educación de las y los estudiantes.
En concreto, el Estado mexicano se ha planteado un profundo cambio en la educación básica y de manera general, plantea que: a). – La comunidad en su sentido más amplio sea la que se constituya en el espacio que articule los procesos educativos para que las niñas, niños y adolescentes tengan la posibilidad de formarse de manera efectiva en sujetos de derecho, en un marco de interacción entre la escuela y la comunidad.
b).- Se preserve la escuela pública como un espacio de convivencia estrictamente laica,
c).- Se defienda la escuela de planteamientos que desean reducirla a una institución que provee servicios de aprendizaje para satisfacer creencias, fanatismos y prejuicios que provienen de particulares con intereses religiosos, empresariales o políticos, y
d).- Se reconozca la autonomía curricular de las maestras y los maestros, en tanto profesionales de la educación y la cultura, para decidir sobre su ejercicio didáctico, los programas de estudios y para establecer un diálogo pedagógico en los procesos de enseñanza y aprendizaje.