Homenaje a Rebeca Castro, periodista guanajuatense


6 oct 2023

Francisco Ortiz Pinchetti

El 8 de septiembre, Día Internacional del Periodista, se llevó a cabo en la ciudad de Guanajuato la presentación del libro Mis Muñecos y otros textos entrañables, una selección de artículos de la periodista Rebeca Castro Villalobos (1961-2022) publicados en sus últimos dos años de vida en el portal Libre en el Sur.

El patio central del hoy Museo de los Poderes del Estado, en la Plaza de la Paz, que fuera anteriormente sede del Congreso del Estado de Guanajuato, fue el punto de la presentación.


Esto tuvo una significación muy especial, pues Becky, como era conocida por familiares y amigos la periodista guanajuatense, cubrió como reportera precisamente en ese lugar las actividades legislativas durante varios años, entre los últimos de la década de los ochenta y la primera mitad de los noventa, un periodo en el que los cambios políticos y la alternancia de gobierno llenaron las páginas de los medios informativos del estado.

Así llegaron al patio del antiguo Congreso a exdiputados, exgobernadores y funcionarios que fueron fuente informativa de la periodista, además de periodistas, amistades y su familia.

Luego de trabajar en diversas publicaciones y especialmente en el periódico AM Guanajuato, primero como reportera y columnista política y luego editora en jefe de esa edición diaria, se alejó de las actividades periodísticas durante varios años. Las retomó en el ámbito del periodismo de opinión, con una columna semanal que publicó sin faltar prácticamente hasta su muere en el mencionado portal de Libre en el Sur.

En ese espacio, Becky compartió con sus lectores relatos de sus viajes y vivencias y refirió recuerdos familiares y amistosos entrañables, además de redescubrir lugares y personajes de su entrañable terruño, como ella llamaba a Guanajuato.

En el libro, editado a iniciativa de su hermano mayor, el embajador José Humberto Castro Villalobos -uno de los organizadores del evento, como también lo fue el Instituto de Cultura del Estado-, y que fue obsequiado a los asistentes, se incluyeron 26 de esos textos. El título del volumen, Mis muñecos, corresponde a uno de ellos.

La presentación estuvo a cargo de tres periodistas guanajuatenses como ella, que además de compañera de trabajo fue su amiga: Carlos Ulises Mata, Salvador Contreras y Verónica Espinosa. Como moderador fungió el también informador Francisco Ortiz Pinchetti, que fue compañero de vida de la homenajeada durante 26 años.

Los siguientes son algunos de los textos leídos por los presentadores, en un evento que culminó con un minuto de aplausos de los concurrentes puestos en pie, en honor de la inolvidable Rebeca Castro Villalobos.

Rebeca Castro Villalobos, habitantes de la ciudad memoria

Por Carlos Ulises Mata

Comenzaré mi intervención diciendo una obviedad que, por serlo, muchas veces se olvida. Porque el idioma es el instrumento irrenunciable de su diaria labor, el periodista es un escritor.

Un escritor, es cierto, pero de una especie particular, ni superior ni inferior, aunque tampoco igual que la del novelista, el poeta y el historiador. La pregunta es ¿y qué lo hace diferente, dónde reside el rasgo que lo distingue? Mi tesis es que la peculiaridad definitoria de su especie deriva del trato específico que las palabras del periodista establecen con el tiempo.

Una vez dicho eso, ya puedo ser más preciso. Más allá de su disciplina o su especialidad (la política, la cultura, el deporte, la nota roja, la rosa y la amarilla), el periodista habla en tiempo presente y para el presente, incluso cuando su objeto de indagación pertenece al pasado (un crimen, una elección presidencial, un partido de futbol), caso en el cual el periodista les cuenta a sus lectores del presente lo que acaba de descubrir en ese momento o los efectos apenas revelados de aquel pasado en el presente.

Si unimos esta idea a la expresión muy conocida de que “nada hay más viejo que un periódico del día de ayer”, parecería que sin remedio tenemos que llegar a la conclusión de que el periodista es un escritor de lo efímero, condenado a contemplar la desaparición de su obra al día siguiente de su elaboración. Sin embargo, la realidad —como buena mula— es rejega y a cada paso nos demuestra que, sin esa escritura de la inmediatez propia del periodismo, resultaría de plano imposible la escritura perdurable de la historia, el avance social y científico, incluso ciertos atisbos de la religión y de la filosofía.

De dos maneras distintas pero acaso complementarias, Rebeca Castro Villalobos nos mostró en vida (y lo reafirma después de su muerte) haber tenido plena conciencia de la fecunda paradoja temporal que distingue a la actividad y a la escritura periodística.

Por un lado, durante las casi dos décadas en que se desempeñó como reportera, columnista editorial y jefa de oficina en medios regionales de comunicación, de forma señalada el Periódico AM, en los cuales, si bien es cierto que desplegó su talento atada a las fluctuaciones del presente político, legislativo, social y hasta criminal, lo hizo con la visión clara de que en esos momentos era en papel periódico donde se estaba escribiendo la historia del futuro que es hoy nuestro presente.

Los ejemplos son innumerables. El “Ramonazo”, la concertacesión que hizo gobernador a un carismático corredor de automóviles, el otorgamiento de la autonomía universitaria y etcétera: esos y otros acontecimientos que determinan lo que es hoy Guanajuato, su universidad y el país, sobre los que se han escrito libros sesudos y se habla en foros académicos, tuvieron sus notarios más fieles en una triada de periodistas que no se ha repetido, formada por Becky Castro, Vero Espinosa y Roberto Guerrero, cuyas notas, entrevistas, reportajes, editoriales y fotografías dejaron de ser materia efímera y son hoy —y serán mañana— materia de investigación de historiadores y sociólogos.

La otra forma en que Becky despliega la conciencia que tuvo sobre la tensión temporal de la escritura periodística es el libro que nos reúne, Mis muñecos y otros textos entrañables, conjunto de 26 artículos seleccionados por Paco Ortiz entre un centenar de su tipo escritos en 2020 y 2021 y publicados en Libre en el Sur. Como quizá lo han experimentado quienes ya lo han leído y acaso le ocurrirá a quienes lo harán a partir de hoy, apenas transcurridas sus primeras páginas el volumen enfrenta a su lector a una pregunta inevitable: ¿a qué género pertenece, ya no digamos el libro sino los textos que lo forman? ¿son crónicas familiares, reportes de viaje, capítulos aislados de las memorias de la autora, el arranque de una autobiografía que pensaba escribir?

La respuesta inesperada es que, siendo un poco de todo eso, son periodismo, por la llana razón de que son escritura hecha desde un presente concreto (están fechados), cuya suma de momentos, además, se inscribe en un marco temporal más amplio, coincidente punto por punto con la duración del confinamiento.

El dato de la pandemia es esencial, no sólo por la insistencia de su mención cargada de adjetivos por parte de Becky, sino porque la excepcionalidad de la emergencia sanitaria es el marco elocuente que la autora asume para fundar la validez periodística de sus artículos, la que autoriza a Becky a pasar de la neutralidad del reportero a la primera persona del singular: el “yo”. Todavía más, es la pandemia la que la empuja a dar paso en sus artículos a la segunda persona del plural: el “ustedes”, mediante transparentes frases apelativas: “he de confesarles”, “más adelante les contaré”, “sabrán ustedes que somos 8 hermanos”, astucia en la que se fundan dos de las mayores virtudes de los escritos de Castro Villalobos: crear la ilusión de que nos cuenta un secreto; darnos la impresión de que —en medio del aislamiento pandémico y desde él— alguien conversa con nosotros.

De esa manera, por la razón nunca declarada de que la pandemia es una circunstancia que impedía a las personas hacer cualquier otra cosa, Becky Castro explora las posibilidades de un periodismo peculiar, y digo que lo es porque sus modalidades abandonan las convenciones de los géneros y subgéneros conocidos, situando sus textos en los géneros novedosos y arbitrarios del reportaje emocional, la crónica de la infancia, la entrevista a sí misma y el editorial amoroso.

Tengo que empezar a concluir, y lo haré explorando otro rasgo del “ser periodista”, de quien ya dije que, aunque a veces se olvide, es un escritor; ahora agrego que también —y primordialmente— el periodista es un testigo: una persona que escribe, relata o retrata lo que oye, ve, huele, observa o recibe de otros testigos.

En las preciosas páginas que escribió sobre la figura del testigo, Jacques Derrida nos enseñó cuatro cosas: 1) que el testigo no puede garantizar la veracidad de lo que ve, ni dilucidar sus consecuencias morales, sino sólo registrarlo; 2) que mientras el conocimiento científico se funda en la prueba repetida, el testimonio carece de pruebas y se funda en la confianza que depositamos sobre el testigo; 3) que el testigo habla para colaborar, así sea mínimamente, en la construcción del edificio común de la memoria; y 4) que nadie puede atestiguar en lugar de otro, ni siquiera el gemelo, el acompañante perpetuo, ni el amante. Es decir: el testigo es insuplantable.

Supongo que sospechan a dónde voy: el estatuto del testigo remite punto por punto a la esencia del trabajo periodístico. Aceptar esa equiparación nos conduce de lleno al corazón testimonial, íntimo e intransferible que late en este libro, cuyos 26 artículos poseen la validez propia de la voz del testigo.

Los rasgos son notorios. Se trata de textos que presentan verdades que no buscan ser probadas ni juzgadas desde ningún aparato ético o moral, incluso cuando se trata de las propias conductas cuestionables, los propios miedos. También, y por otro lado, son textos que con nitidez dejan ver que la fuente de su escritura no es el lucimiento por los viajes repetidos en México o fuera del país o por el privilegio de una educación en los mejores colegios. No: el propósito de sus artículos es la revelación insuplantable de una experiencia, no siempre feliz, muchas veces traumática, lo que muestra la valentía individual y la hondura de la exploración realizada por Becky Castro.

Y al fin, los 26 escritos (y muchos más de los no incluidos, que leí cuando fueron publicados en Libre en el Sur), son textos que —sin dejar de ser periodísticos al inscribirse en el marco noticioso de la pandemia— no persiguen el tratamiento sociológico de la realidad mexicana de esos años; tampoco la evaluación de la acción gubernamental (aunque la mencionen), mucho menos analizar la evolución de la emergencia sanitaria.


¿Y qué buscan entonces al aludir repetidamente a la pandemia como borroso telón de fondo o simple nota a pie de página? Curiosamente, incursionar en los territorios que la pandemia resulta incapaz de colonizar. Por un lado, en el tiempo que llamo “el futuro deseable” de la esperanza. Y por otro lado, en el fondo de la memoria individual, amistosa y familiar, que en Becky Castro nunca se expresa como pasado irrecuperable sino como imagen presente, como estímulo imperecedero y protector, a la manera de la reliquia guatemalteca del Hermano Pedro.

Lo esencial, entonces, es la memoria, figura que atraviesa el libro completo bajo las formas más diversas: las cajas de zapatos con el nombre de cada hermano; el baúl de los recuerdos, los álbumes conservados por don Pepe y por ella misma; las memorias internas de la computadora y externas del CD y el USB; el caset de los relatos grabados por las amigas que 40 años después sigue devolviendo sus voces; el juguetero de los muñecos (los bebés, perdón) reunidos en el tiempo; los cuadros colgados en las paredes.

De forma deliberada, en los años finales de su vida, al escribir sus artículos Becky decidió aumentar el rico acervo memorioso que conservaba con dos fines que me atrevo a imaginar: para acudir ella misma a solazarse y a explorar sus fantasmas; y para que sus puertas —que son las pastas de este libro— queden abiertas desde hoy a la visita de quienes la quisimos y podemos hablar con ella ahí, como habitantes comunes de la Ciudad de la Memoria.

Rebeca Castro en la memoria, en la amistad, en la palabra escrita

Por Verónica Espinosa

Hace unos días, nuestra querida amiga Pilar me recordó cómo surgió la idea de que Becky escribiera las historias publicadas en Libreenelsur y reunidas ahora en esta edición:

Afrontando ella el abrupto cierre de un ciclo laboral, reunidas en su casa hablamos sobre la posibilidad de que escribiera en este medio que dirige Paco. Vía de escape y desahogo; una forma de ejercitar las habilidades; hacer lo que una sabe hacer; escribir lo que una quiere escribir. Que la palabra escrita reconforte la vida.

Yo, por ejemplo, guardo la hoja de papel revolución, la cuartilla, en el mismo sobre blanco en el que fue dejada sobre mi escritorio. Un sobre con los logotipos del primer periódico en el que trabajé, Contacto (Editora Independiente Hermanos Aldama, S.A.), y que, en el centro, con la escritura a máquina de una tinta gastada por el tecleo incesante de la noticia diaria, lleva mi nombre todavía nítido, así como ella me lo escribió:

“Srta Verónica Espinosa (BEBÉ). Escritorio de al lado #?

Contacto de Guanajuato”.

Dentro, al desplegar la hoja, una de sus páginas tiene asentada una fecha que podría aproximarnos en la memoria a nuestro primer encuentro, a la presentación inicial:

“Guanajuato, Gto., febrero 7, 87”.

Después, el solícito memorándum:

“Por medio de la presente hago de su conocimiento que si usted tuviera la amabilidad de facilitarme la cantidad de dos mil pesos o lo requerido para un “six de cervezas”, se lo agradecería de antemano, y a modo de comprometerme a pagarle el próximo día que la vea, le expido este vale…

Atentamente, Becky”.

Estas fueron las primeras palabras escritas que Becky cruzó conmigo.

No recuerdo la fecha, pero no olvido la primera vez que la vi entrar a esa oficina de la calle Ponciano Aguilar, casi frente a la Basílica, con los rasgos harto conocidos: los ojos enormes delineados de negro y los labios en intenso rojo; la sonrisa amplia y coqueta, su hermoso cabello, entonces un poco más abajo de los hombros, caminando con ese paso encontrado, un poco más sensual, que no he visto en ninguna otra persona jamás.

Era el local del periódico un pasillo largo y semi iluminado que terminaba en una bodega donde se apilaban los periódicos de la devolución, dominios de Serapio, “don Sera”, el intendente cómplice que muchos sábados, día de pago, sabía qué tenía que hacer cuando desde su lugar, Becky comenzaba a cantarle “Don Sera, don Sera, color de café”, y el jefe Arturo daba un consentimiento a carcajadas.

Era una redacción de las de antes, con papel carbón y máquinas de escribir mecánicas sin alguna tecla; éramos periodistas, era sábado de quincena. Nada más qué saber.

No teníamos nada en común. No nos importó en los siguientes 35 años, exactamente 35. Lo común fue una creación a dúo a lo largo de esos 35 años: de sur a norte, cruzamos calle a calle las palabras, horas de conversaciones sobre los territorios familiares, escolares, sociales; los unimos en la amistad y en la palabra escrita del periodismo, en la solidaridad incondicional y el libre albedrío, que hoy se llaman sororidad y feminismo.

Yo estaba deslumbrada por ver a esta reportera de política (me encontraba apenas con un pie en el mundo de las reseñas culturales), tan segura en ese ámbito, entonces predominantemente masculino, tan presente en la crónica de los episodios en los que el rumbo político del estado cambió, como podrán atestiguar una larga lista de políticos, funcionarios y personajes de estos lares que no me podrán desmentir, y un poco de lo cual asoma en este libro que hoy tenemos y que amorosamente su hermano Pepe pone en nuestras manos como perdurable memorial.

Desde el primer día hasta el último de nuestra amistad la vi reivindicar, aferrarse y a veces padecer su libertad, mientras construíamos la incursión en el oficio periodístico en esas fuentes de la política que eran hace años casi vedadas para las mujeres.

Sin saber primero, sabiéndolo después y ahora, ella fue y es la inspiración nunca propuesta ni planeada desde mis ojos de muchacha en el mundo adulto del periodismo hasta mi realidad de hoy, aprendiz de su eterno libre albedrío, reconociéndome como feminista, la emancipación lograda gracias a un camino recorrido junto a ella, a veces detrás o desde la corta distancia, algunas un par de pasos adelante, pero siempre dispuestas a retomar la vida donde la habíamos dejado en el siguiente encuentro de un maravilloso viernes.

Así transcurrió en las redacciones donde fuimos compañeras, donde fui su jefa y fue la mía, como en los distintas veredas que seguimos, ella como analista de información, inicialmente gracias a la puerta abierta por un generoso amigo; en su casa familiar de Pastita y Montenegro; en la biblioteca de la abuela Catalina de la calle de Positos; en La Piedad y en Celaya; en el condominio Primer ligero, donde fuimos vecinas; en Noria Alta y en Jonuta; en otras amistades que del periodismo trascendieron a un círculo perenne donde resguardamos la memoria de ella y otros idos, y en amistades a las que conocí a través de sus palabras, sus queridas amigas de La Salle, sus amigos de la Carlos Septién; en amores propios y ajenos que vimos surgir y despedirse; la vida y la amistad que la convirtieron en la tía cómplice de Abril desde el momento en que ambas supimos que yo sería una madre, y que la unieron a Paco, querido amigo quien, como me dijo unos pocos meses antes de partir, la hizo sentirse compañera amada y amorosa.

Fue ojos y oídos, guía viajera para conocer los sitios que con Paco visitó en uno de los más felices placeres que se procuró dar hasta que la pandemia lo impidió, y cuyo puntual itinerario nos queda también aquí; consejera aconsejada; cuidadora a la que a veces había que cuidar; compañera en las mutuas soledades; fue provocativa carcajada, fue Serrat a coro.

Doy fe, como varios de los presentes, de que inventó el parupeo; de que fue friolenta gozosa frente a una hoguera con el grupo de amigos en la sierra de Santa Rosa o la presa de la Purísima, todo esto que ahora es atesorado por nosotros, quienes la conocimos y quienes la amamos, y algo de lo cual podemos ahora leer una y otra vez, las que sean necesarias y se nos dé la gana, en las páginas de este libro.

Porque están aquí las palabras escritas por Becky, algunas de las miles, cientos de miles de palabras suyas que pasaron por las rotativas, que muchas veces leí antes y después de que quedaran impresas. Palabras como las que hoy desgrano en estas páginas para ella y para ustedes, en un intento insuficiente, pequeñito, de hacerles sentir lo que en realidad ya saben: cuánto fuimos con ella y cuánto de ella nos ha quedado.


POPLab
@poplabmx

Laboratorio de Periodismo y Opinión Pública

Deja un comentario

Translate »

El contenido de esta información, está protegida por derechos de autor.