DISERTACIÓN FILOSÓFICA

Velia María Hontoria Álvarez

Las relaciones y la comunicación pueden ser increíblemente complejas. Sin embargo, para que fluyan de manera armónica, deben estar fundamentadas en la ética y la honestidad, como bien señalan los expertos. En estos tiempos, en los que las causas sociales se han convertido en banderas de lucha, es esencial recordar que la ética debe ser el eje que guíe cualquier acción o movimiento.

De lo contrario, estaríamos fallando en nuestro compromiso como personas íntegras, arriesgándonos a una transformación devastadora, en la que el alma quedaría atrapada, como un hilo que se enreda en cualquier rama, conduciendo a nuestra descendencia por senderos peligrosos. No podemos permitir que la verdad sea vulnerada o distorsionada en nombre de la justicia, especialmente cuando quienes se presentan como defensores de los más desvalidos, en realidad, utilizan esas causas para obtener beneficios personales o de otra índole.

Esta actitud dista mucho de la honesta intención de resolver, apoyar y beneficiar a quienes verdaderamente lo necesitan. La ética no es simplemente un conjunto de principios abstractos ni mucho menos algo pasado de moda.

Es el pilar fundamental sobre el que se construye una sociedad justa y equitativa. Quizá por eso, San Ignacio de Loyola afirmaba que el mejor medio para cuidar el alma son los exámenes de conciencia, ya que nos otorgan la paz que tanto necesitamos y evitan que, sin fundamento alguno, señalemos a otros de perversos, más aún si las pruebas no nos asisten. En este sentido, me permito citar a Demócrito, el filósofo antiguo por excelencia, quien nos recuerda que «todo está perdido cuando los malos son tomados como ejemplo y los buenos son objeto de mofa».

Analizar sin juzgar a quienes manipulan la verdad nos permitirá observar y crecer sin especular, extendiendo con generosidad la mano a quien traiciona su yo profundo, pues desvalija la oportunidad de dedicar sus esfuerzos a proteger a los verdaderamente vulnerables, débiles e indefensos. Solo desde la sinceridad, los valores que nos conforman y estructuran como individuos y sociedad realzarán nuestra valía, y con sabiduría podremos influir para que este viaje pasajero no solo fluya de manera armónica, sino también justa y con honor. Por eso, utilizar las tragedias de quienes sufren como herramienta de promoción personal es un acto de desprecio no solo hacia ellos, sino hacia la esencia misma del ser y de la sociedad por la que trabajamos.

Es angustiante que en este mundo de cambios, en lugar de buscar y promover acercamientos honestos, algunos se desvivan por defender lo que no conocen, escondidos tras velos oscuros, con discursos vacíos y falsas promesas. Solo la decencia, acompañada de la verdad, puede ocupar el primer plano, para así observar cómo las hojas de las mentiras caen, como cuando el otoño se sacude en sus propios vientos. Solo con transparencia se puede construir una defensa genuina, que rescate a quienes verdaderamente necesitan nuestro consuelo. No sé si es tiempo de hablar o si el silencio nos dará la fuerza para sobrevivir con prudencia, solventando sin ostentación cualquier mal. ¿Qué opina usted?


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