PALABRA DEL SEÑOR

Arturo Miranda Montero


Al fin ha llegado a la tierra prometida del poder casi absoluto.

Todo comenzó cuando Él lidiaba con las tribus perredistas, esas tan divididas como su tradición les imponía. Había perdido una elección y ya iba por la otra, que también perdió. Fue entonces que fijó la idea del fraude, del agravio movilizador de otros agraviados. Llamó a los suyos para salir del corsé partidario e irse en movimiento en pos de una misión: ganar el poder a como diera lugar.

Asumió en su persona el acaudillamiento que es histórico entre los mexicanos. El sustento es relativamente simple: Hay una mafia del poder corrupta y rapaz, arriba; y, abajo, un pueblo sabio y bueno agraviadísimo. Por tanto, primero serían los pobres y terminar con la corrupción. Así se diseñó el discurso que no tenía mayores complicaciones para cualquier entendedera.

Se reunieron todas las condiciones, unas abiertas y otras obscuras, para ascender al palacio virreinal y utilizarlo para el mayor simbolismo del tlatoani, el depositario de la palabra. Más de 1400 mañaneras retumbaron durante horas y años tejiendo los adornos del discurso fundador: los buenos mexicanos luchando por sus derechos arrancados por los conservadores de privilegios indebidos.

La intencionalidad era el poder, no el gobierno; a éste lo asfixió, lo denostó y puso a leales antes que a conocedores de la cosa pública. Con el poder en sus manos, agitó todos los recursos para imponer su deseo: al diablo las instituciones y que colonicen los míos como sea. Las elecciones de 2024 fueron su obra mayor. No importa la destartalada república, no se aceptan otras nociones de democracia. Sólo hay un México, cabrones.


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